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lunes, 1 de febrero de 2010

ACURRUCADO CALMANDO EL DOLOR / Edgar Flores Caldelas


Acurrucarme en la tibieza de la cama me calma y recuerdo un sereno charco ancestral. Mastico odio contra la vejez de mi cuerpo, no sé la hora, no quiero saberla.

El dolor de los huesos es terrible, tan espantoso como espantoso es estar soñando en el desierto de arenas rojas.

Siempre odié el calor del pueblo, me obligabas a ir cada temporada de
vacaciones y lo único que disfrutaba eran los mangos y los baños en el río. Ahí sentí por primera vez el deseo de abandonarlo todo, dejar que la corriente me arrastrara.

Víctor dijo que no me alejara de la orilla, siempre estaba cuidándome, vigilándome, para ir con el chisme a la abuela que terminaba pellizcándome los brazos hasta dejármelos morados. Sin llorar me escondía en el patio, junto al árbol de guayaba y la mata de chilpaya, la barda toda de color blanco y el olor a fruta y hierba.

Cerraba los ojos hasta que el rojo desaparecía y todo quedaba negro. No hubiera podido contestar a quien me preguntara qué hacía ahí; nunca he podido responder con rapidez cuando alguien me pregunta, no importa lo tonto de la pregunta.

A esta hora siempre me digo que debo pintar mis sueños para volverlos reales, dibujarme en aquella montaña con la niña en brazos, salvándola del cataclismo. Intento imaginarme cómo me dibujaría en el sueño, yo no parezco el mismo, soy un héroe y el escenario del sueño tampoco lo conozco, si alguna vez estuve ahí en la memoria no puedo precisarlo, las cosas se olvidan con facilidad.

Tengo la seguridad que puedo ser un héroe o un maldito, aunque prefiero ser un perfecto desgraciado, así es más fácil soportar el odio de los otros.

Cuándo le aventé aquella piedra a mi hermano Rolando que le abrió la cabeza no me arrepentí, se lo merecía por quitarme aquel robot de plástico que tanto me gustaba. Sé que mamá pensaba lo contrario, pero no pudo convencerme y castigándome guardó el robot en el ropero.

Todo iba a parar al ropero, me hubiera gustado saber qué había en él, pero nunca supe donde escondías la llave.

AUTOR: Edgar Flores Caldelas
PAÍS: México
EDAD: 60 años

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